Cultura y Entretenimiento

Publicado en mayo 13th, 2023 | por g LCI2226

Un director en tres actos

La primera vez que escuché de Eduardo Alcántara fue porque algunos compañeros de la carrera me habían comentado que estaban trabajando con él en una serie, o, al menos en su episodio piloto; estando desconectado del medio, me dio curiosidad saber cómo se involucró en ese proyecto.

Acordamos vernos en El Cuartel, su centro cultural. Tiene un pequeño letrero con el nombre del lugar y un túnel largo y oscuro que parecía haber sido un estacionamiento en otro momento. Nos recibió en el escenario. Ahí, en medio del lugar, sobre una pequeña tarima negra, sentado en una silla plegable comiendo un pan con coca nos recibió cálidamente un señor de aproximadamente 50 años y 1.75 de estatura, ojos grandes, calvo como las personas que viven bajo presión constante, de piel bronceada y sudada; estaba algo agitado pues justo estaba llegando de La Chona por cuestiones de trabajo y nos llamó de improviso para la entrevista.

Después de las presentaciones y formalidades, nos cuestionó con incertidumbre en su voz por los temas a tratar, tono que cambió al saber que se haría un recorrido por su vida y carrera. Con la misma felicidad con que un niño te cuenta sobre su nuevo juguete, Alcántara nos contó superficialmente sobre su carrera y cómo uno de los picos de ésta fue presentarse en el Festival Cervantino aún como estudiante, allá por los noventa, y cómo, a pesar de llevar haciendo teatro de una manera u otra desde los 12 años, ahí fue donde verdaderamente descubrió la faceta que quería desarrollar: la dirección, y de cómo, por obras del destino, terminó en Aguascalientes, por entonces “…un cementerio en cuestiones culturales” donde es más complicado vivir del teatro.

Primer acto: Con los pies en las tablas

Retomó los inicios de su vocación en su natal Ciudad de México y con cierta emoción en la voz  contó cómo es que él, como muchos de sus otros compañeros al subirse al escenaro ya no le fue posible bajarse, con esa adicción que crea el estar expuesto al público. Cambiando constantemente de una compañía a otra “siempre como amateur” hasta que llegó el momento de tomar esa decisión tan importante que se presenta en la juventud, ¿qué carrera elegir?

Como a cualquiera que ha tenido la fortuna de estudiar alguna de estas disciplinas, se le cuestionó su decisión, y claro, desde la preocupación sus cercanos le preguntaban si estaba seguro, y casi como si estuviera reviviendo ese momento exacto, con más firmeza en la voz asegura que esa fue la decisión correcta.

Comenzó a estudiar Literatura dramática y teatro en la UNAM y si bien la no terminó, igual fue una proeza haber entrado, pues tenía mucha demanda, y nunca vio mal la deserción de esa carrera pues según cuenta, es muy común, al punto que por año se reciben solo dos personas de LAS 60 que logran entrar. Esta carrera no es lo que muchos piensan, asegura, y dice que la idea de entrar en ella “por fama y estrellato” es errónea pues casi nunca es así. Son más bien personas que “siempre están buscando de donde sacarle”.

Alcántara considera la actuación como un oficio, el título no es necesario, ya que en su experiencia, un papel no te da el talento que se debe tener, y así como hay personas increíblemente talentosas con título, hay personas que sin el papel están a la par de talento.

Durante esta etapa de su vida, en conjunto con un amigo cuyo nombre omitió, asistió a varios ejercicios actorales que después de un año les dieron la oportunidad de poner en escena la obra Antonieta en la ausencia en 1990 para el Festival Cervantino.

Segundo acto: Mucha mierda

Con una media sonrisa mientras seguía contando su experiencia en Guanajuato, relata que llegó como actor, pero se fue de ahí con la vocación de director. Y así, después de un año viviendo el teatro tuvo que regresar al mundo real, y como le ha pasado a cualquiera de nosotros después de unas vacaciones, de un concierto, en general después de una de esas experiencias que cambian la manera en la que percibes la vida, él volvió a la realidad de ser un estudiante de teatro y sentía inquietud, inquietud de estar alejado de la tarima otra vez, quizá por eso dijo que era como un adicto. Para explicar mejor su situación usó una analogía: “… es como si el médico después de realizar una operación a corazón abierto regresara a manejar maniquíes”.

Fue aquí donde abandonó la escuela para hacer teatro, pues no creía necesario saber todo para ser director, ya que, para él, ser director solo es ser un guía y no debe saber cómo funciona todo, debe tener una idea general y juntarse con personas sí saben hacerlo para traerla a la realidad.

Además, quería ejercer su nuevo oficio de dirección y en un festival de teatro universitario de la UNAM lo intentó con Muerte Súbita de Sabina Berman, con el detalle de que modificó el final, después de una pausa y con una timidez casi imperceptible reconoce que pasó sin pena ni gloria por su falta de preparación, pero esto no lo detuvo después de un tiempo logró venderla para presentarse en la colonia San Rafael, donde gustó tanto que consiguió una temporada ahí. Fue en este momento donde ganó un poco de reconocimiento, esto lo atribuye a lo que el maestro Hugo Arguelles  le dijo en alguna ocasión “…la mejor publicidad que hay en teatro es la boca.”

Después de una pausa más larga, tomó aire e inflando un poco el pecho a manera de dato curioso relató que, a una de estas presentaciones asistió Berman, quien, después de la presentación, habló largo y tendido con Alcántara sobre la obra y le concedió que el final debía modificarse y que tiempo después la misma sacaría una reedición con su final alternativo.

Como entonces él mismo hacía sus obras, comenzó accidentalmente a ser productor, cosa que no se había planteado hasta que colegas le preguntaron por su productor y él, al desconocer que necesitaba uno, lo hacía todo por su cuenta, en palabras propias “yo no era productor porqué lo quisiera, yo era productor para poder dirigir” y esto hizo que, junto con otras promesas del teatro mexicano, fueran invitados por el maestro Ignacio Escárcega al 50 aniversario del INBAL, donde los más connotados actores de teatro con  harían lecturas dramatizadas junto con esa generación prometedora.

Con una sonrisa nombró a varias eminencias del teatro mexicano con las que se pudo codear, pero resaltó a una de entre todas: Luis Mario Moncada, que, por supuesto no conocía a Eduardo, pero después de la constante mención de éste por una presentación que hizo en la ponencia se interesó por él, dándole la oportunidad de tener temporada con él, financiado por teatro y danza de la UNAM, entrando a lo que él llamó “las grandes ligas”.

Inmediatamente y sin aviso comenzó a hablar de un tal Jorge Kuri, su vida y obra. Confundido por qué no conocía para nada a quien se refería o la relación de este con lo que venía contando, no lo detuve por educación y curiosidad, resulta que era un gran dramaturgo que trágicamente se quitó la vida en 2005, persona que fue premiada a lo largo del mundo por una obra de nombre Monstruos y prodigios. Alguien que en la develación de placa de esa obra tuvo la fortuna de conocer, y que por su reciente fama de director experimental le entregaría una obra que sigue pendiente de hacer pero que califica como “maravillosa, es un texto exquisito”. Se llama La amargura del merengue. Por lo que en conjunto con su compañía y otros cuatro directores buscaron la ayuda de Antonio Serrano (reconocido director de teatro, cine y televisión, cuya obra más popular es de la película Sexo pudor y lágrimas) para adaptarla, que al no creer poder con esa tarea los envió con Carlos Cuarón quién aceptó al leer el texto, y con el financiamiento de la UNAM estaría lista para ser llevada a festivales. Pero corría el año 1999 y el entonces rector de la UNAM, Francisco Barnés provocó el paro más largo de la historia de ésta, situación que frenaría en seco los proyectos de Alcántara.

Tercer acto: Aguascalientes, rómpete una pierna

Con un poco de pesar nos contó como al depender de la financiación de una escuela paralizada se detuvo el proyecto, además de que en su vida personal pasaron infinidad de cosas, la más destacable es que su entonces novia se embarazó y con esta nueva responsabilidad en puerta decidió que la Ciudad de México no era lugar para criar a un niño, entonces, cuando se le presentó la oportunidad de vivir en Aguascalientes, la tomó sin dudarlo.

Sin renombre, ni conocidos, ni una manera de hacerse espacio en una ciudad sin apertura teatral y la poca que había ya era ocupada por sus propios “monstruos sagrados”. Todos recelosos ante sus ojos, le fue difícil poder vivir de su profesión en Aguascalientes, por lo que temporalmente se rindió, hasta que en un arrebato de desesperación montó Vivir y beber, obra que trata de los riesgos del alcohol para un público joven.

Para su sorpresa, la obra tuvo alrededor de 150 presentaciones pagadas, la mayoría por el gobierno, pues, cumplía con lo necesario para ser presentada en escuelas. Gracias a esto logró crear una agencia de publicidad ya que “si en México es difícil vivir de esto, imagínense aquí” y así vivió hasta que surgió un movimiento de foros independientes en la ciudad, del cual asegura se “colgó un poco”, pero fue el impulso que necesitó para conseguir El Cuartel, lugar donde se encuentra el Foro Juanita, que precisamente era ese túnel donde nos encontrábamos. Entre risas nos aseguró que, aunque austero y un poco desordenado, tenía todo lo necesario para montar una obra y recibir hasta 70 personas, pues así lo había hecho en tres ocasiones con diferentes obras que el mismo realizó con relativo éxito.

Nos habló también de Liza, la miniserie por la cual escuché de él y nos contó cómo el deseo de hacer un producto cinematográfico siempre estuvo con él, y de cómo la tecnología de su juventud se lo impedía, pero hoy es más sencillo ser una producción independiente con los contactos correctos. Nos contó con brillo en los ojos, pero con palabras muy medidas, casi como si estuviera compartiendo un secreto, a grandes rasgos su idea para la serie: es una vengadora anónima dispuesta a ayudar al prójimo. Asegura no estar afiliado con ninguna agenda y que ésta solo es una de las muchas historias que deben ser contadas, pero que no por eso debía ser la verdad, y con una sonrisa pícara nos miró a los ojos y nos dijo: “después de todo, la ficción es la verdad de la realidad”.

Texto: Ian Varela, Andrea Santacruz, Jorge Limón, Lucía Hernández, segundo semestre de LCI

Foto: Andrea Santacruz, segundo semestre de LCI

FacebooktwitterFacebooktwitter

Tags: , , ,


Sobre el autor

Sebastián Álvarez Vargas Osmar Farid García Reyes Fátima de Lucía Hernández Altamira Jorge Francisco Limón Pedroza Andrea Santacruz Zaragoza Ian Tonatiuh Varela Montes alumnos de segundo semestre de LCI



Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

De regreso a inicio ↑
  • Nombre

    Correo electrónico

    Asunto

    Mensaje