Publicado en octubre 9th, 2018 | por Jesús Armas
El Miedo y el Deseo
Un comentario sobre El Lugar sin Límites
El cine mexicano encuentra su fuerte en la crítica social, en contar con palabras y sin ellas la oda del marginado. De ese individuo que con recelo sobrevive en lugares olvidados, con gente como fantasmas y tragedias universales. De esos hombres que entre las pieles guardan demonios y esas mujeres que bajo sus vestidos esconden el llanto.
Arturo Ripstein hace cátedra sobre el comentario social, creando imágenes que evocan la dualidad moral de las raíces y herencias mexicanas. Con su obra “El Lugar sin Límites”, basada en la novela homónima del chileno José Donoso, Ripstein nos transporta a un pueblo de olvido, allá por Querétaro, donde la masculinidad es frágil, los puteros son el acta de presentación, y la violencia y la humillación habitan en cada acción del hombre.
Es una historia de errores sin afrontar y consecuencias ineludibles. Con un hombre que en su regreso a su pueblo marginal, hace girar el tiempo del juicio. Pancho es ese hombre, uno que hace temblar a la Manuela, padre de la Japonesita y esposo de la Japonesa. Personajes que de ofensa en ofensa sacan su único lado humano, ese lado tan frágil que se rompe nomás uno les clava la vista.
Ripstein aún estaba encontrando su voz y su timbre, pero tenía ya muy claro que era lo que iba a contar. No era una caricatura de los homosexuales, no era una espada a las putas, ni mucho menos una culpa a los marginados. Era un sentimiento, un abrazo al miedo y la duda, esa que nos hace hombres:
“Quería hablar del miedo de la Manuela, pero también del de la Japonesa, de la Japonesita, de Pancho Vega, de las putas al arbitrio de los prejuicios de los pueblos pequeños y miserables, pero también quería hablar de los temores de los machos. Temor de ser marica, lilo, invertido, joto, puto; miedo de que les haga agua la canoa. Pavor de sentir deseo por otro hombre y de que se les notara.”