Opinión y Editoriales

Publicado en enero 14th, 2019 | por Jesús Armas

El Tradicionalismo del mal Actuar en la Democracia Mexicana

En palabras de Octavio Paz “Nuestro sistema tiene la cualidad de promover cambios”. Una tendencia que llevó al sistema mexicano a encontrarse con la democracia. Esa gran esperanza, curandera de todos los males, que terminó tiñéndose de los más oscuros colores.  

¿Qué pasó 

La democratización en América Latina que se inició en la época de los ochenta es considerada parte de la tercera ola. Se puede decir que México llegó en la parte final de este proceso. Un cambio tardío: Con los países del centro en estados avanzados de industrialización y los países de periferia (dígase México) en letargo. Aún en la ideología socialista, popularizada por Marx, en que la teoría de la modernización no aplicaba a los países subdesarrollados. Se dio un crecimiento asincrónico, no solo económico, sino de gobierno.  

La transición mexicana comenzó con la reforma política de 1977, que modificó aspectos del sistema electoral y estableció condiciones para incorporar a los movimientos y partidos de la izquierda en la arena electoral. La transición concluyó con las reformas constitucionales de 1996, que dotaron de plena autonomía al Instituto Federal Electoral y crearon un sistema de gobernanza electoral apropiado para la conducción de elecciones. 

Sin embargo, el desarrollo político subsecuente del régimen ha estado lejos de cumplir con los ideales asociados al gobierno democrático. Para muchos, no se ha instalado la democracia en este país. Como dice Hutington: “un gobierno con un bajo nivel de institucionalismo es un débil y mal gobierno. La función del gobierno es gobernar. Un gobierno débil, es un gobierno con carencia de autoridad, fracasa para cumplir su función y es inmoral en el mismo sentido de un juez corrupto, un soldado cobarde, o un maestro ignorante”. 

Hay una distancia profunda y creciente entre políticos y ciudadanos; las prácticas de clientelismo y la solícita atención a las prioridades de los grupos de interés se han revitalizado. Difícilmente se percibe que los gobernantes actúen en beneficio del interés público o que las políticas públicas tengan éxito y mejoren perceptiblemente la calidad de vida de los mexicanos. 

La fragilidad democrática mexicana se explica por la imposibilidad de arribar a una consolidación exitosa. Dice César Cansino: 

“Por instauración democrática se entiende, además de la destitución autoritaria, el proceso de diseño, aprobación y puesta en práctica de las nuevas reglas del juego y los procedimientos políticos democráticos (…). La consolidación democrática depende, entre otras cosas, del adecuado diseño y aprobación de las nuevas normas que han de regular la actividad del nuevo arreglo institucional”.  

En las experiencias exitosas el proceso culmina con una nueva constitución. Aquí no hemos tenido ni destitución autoritaria fuerte, ni trasformación institucional. En México todo lo pretendemos resolver con nuevas leyes. Diariamente escuchamos que los problemas de inseguridad, los laborales o políticos no se han resuelto porque “no se han aprobado las reformas”. Tenemos récord en reformar los artículos de la Constitución, y seguimos considerando que no es suficiente. Somos especialistas en regular y normar; todo para que nada cambie. Es parte consustancial de nuestra cultura política. Regulamos y de inmediato buscamos la forma de que esa ley no se cumpla. Y cuando comprobamos que se viola, exigimos una nueva normatividad.  

En México utilizamos el concepto de ciudadanía para marcar distancias con los partidos: todo lo “ciudadanizado “es positivo; todo lo partidista, negativo. 

Hablar de todo ello, es repetirse a sí mismo sin importar la época, sólo se cambian los nombres de los involucrados.  

Recientemente Aguascalientes tuvo el conflicto y reto gubernamental de afrontar y solucionar las exigencias –lógicas y no tan lógicas- de las normalistas de la Normal Rural “Justo Sierra Méndez”, y las acciones dan a base de martillazos una conducta irrisoria de ambas partes. Era el juego de la víctima: ¿quién es el malo? Tú, yo, o lo somos todos, en que el diálogo quedaba fuera de cuestión.  

Un tradicionalismo que se rige aún por la revolución mexicana y la fuerza del conflicto para solventar y conseguir elementos claramente justos, trae consigo una desacreditación del movimiento y lo vuelve una burla. El gobierno débil que cede y se contradice gracias a la presión social y mediática y el movimiento ciudadano que protesta sin objetivos y genera una división ciudadana.  

Introducir mecanismos democráticos y hacerlos prosperar dependen, en gran medida, de lo propicio que sean los antecedentes institucionales y culturales, de los recursos humanos, simbólicos y económicos disponibles en un momento dado, y fundamentalmente, de las convicciones y visiones normativas e ideológicas de los ciudadanos y los líderes políticos. 

La tendencia del sistema mexicano es hacia el cambio, el cambio hacia un buen comportamiento; un cambio hacia la madurez ideológica; un cambio lejos del tradicionalismo del mal actuar en la democracia.  

Siendo México un país que se limitaría a definirse como “falto de confianza”, no sería extraño repetir estas opiniones unos años más.

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