Publicado en noviembre 1st, 2019 | por Sofía Murillo
El día favorito de Lool beh
Sin duda alguna mi temporada favorita del año es ese esperado día en el que niños salen por montones a recolectar dulces disfrazados de lo que sea que les plazca. Aquel único día en el que se puede ser tan feo y extraño como se desee y el resto te hará cumplidos de ello. El día en el que las apariencias realmente no importan y todos sólo disfrutan por igual. El gran “Día de Muertos”.
En todas partes la luz de los cempazúchitl ilumina la morada de aquellos que ya se fueron, los cálidos colores del papel china en las alturas nos pintan a todos de alegría, las calaveras de azúcar deleitan nuestro gusto, haciendo incluso a la muerte, saber dulce, los altares se dedican a los seres que amamos y que sin embargo ya no nos acompañan; y nuestras casas, adornadas con esqueletos y símbolos de muerte, así como si no le temiéramos, como si pudiésemos ser uno solo con ella una vez al año aceptando el inevitable final al que todos estamos destinados.
Este día desde tempranito ayudo a mi mamá a montar todo lo necesario para el altar en donde ponemos las fotos de mis abuelos y tía Veronica que recién dejó este planeta para irse con la huesuda desde el año pasado. Es importante el ofrecerles toda la comida que solía ser su favorita, quizá una copa de vino o una cerveza bien fría, unos cuantos cigarrillos para el camino y un indispensable pan de muerto acompañado de un vaso de leche nada más por si acaso se les antoja a mis abuelitos. Esta es mi primera parte favorita del día.
La segunda parte mágica del día sucede después de que corro a la dulcería de mi tía Carmela, la dulcería más grande y surtida de la ciudad. Un montón de personas de todos lados de la ciudad vienen hasta su dulcería. Compran y compran dulces de todos sabores y colores y todo lo que me puedo imaginar es la cantidad de niños y personas que serán felices después de recibirlos, ya sea que los den individualmente, en un bolo con muchos más dulces o, incluso en una gran y llamativa piñata.
Ya más tarde para terminar tan extraordinario día, me fascina jugar con maquillaje y algún vestuario extraño o divertido para disfrazarme, olvidándome de lo que usualmente visto los otros 364 días del año. Esta noche todo es diferente. Los vivos jugamos a ser muertos y los muertos nos visitan desde desconocidos lugares así como si estuviesen vivos, como sí aun estuviesen con nosotros.
Hoy, nosotros los mexicanos, adulamos, festejamos, cultivamos e incluso abrazamos a la mismísima muerte y aun así no nos entregamos del todo a ella. Que como dice Octavio Paz “la vida nos ha curado de espantos” y son estos mismos espantos los que nos hacen invitar a la muerte a nuestras casas, creando un vínculo con ella para luego que ella llegue la recibamos más benévolamente. Celebremos entonces nuestros miedos, lo inevitable, hay que reír con la muerte y así entonces seremos indomables. Después de todo, la esencia de nuestra cultura mexicana es incompresible, tal y como la muerte.