Opinión y Editoriales

Publicado en junio 14th, 2024 | por Vanesa Olivarez Franco

Carta para quien espera a un desaparecido

Uno, dos, tres… Veinte, veintiuno, veintidós… ¿Balazos o palomitas? ¡Escóndete, hijo, no te vaya a tocar la de malas!

Ya sabemos escondernos. Es más, nos han escondido: somos invisibles a los ojos del gobierno. ¡Qué comunes se han vuelto estas palabras en nuestro México! ¿Nuestro? ¿Podemos decir que es nuestro? Bueno, por lo menos elegimos a nuestros gobernantes… ¿Los elegimos?

Basta de hablar de cosas sin solución, para eso están los verdaderos filósofos. Pongamos sobre la mesa una de las problemáticas que nos aquejan: La desaparición forzada. Ya es bien sabido cómo es esto. Un día, ya sea por la mañana, por la tarde o por la noche, alguien te hace saber que desaparecieron a Fulano, a Mengano, a Zutano… no los conocías demasiado, solo de vista, pero no deja de ser constante la pregunta por el futuro: ¿Quién será el siguiente?

¡Ay, esta pregunta me hace pedazos! ¡Es que casi siempre resulta que el siguiente es algún amigo mío! Nuestras plegarias ya no son para pedir por el fin de la inseguridad, ya no somos tan ingenuos, ahora rogamos para que el siguiente no sea nuestro pariente. Paso por estas calles, escucho los balazos de la cuadra siguiente, sigo caminando y veo algunos cuerpos tirados en el suelo, me acerco para distinguir a los desafortunados cadáveres… es un sentimiento tan extraño… volteo a ver al muerto, pero no sé qué es lo que espero encontrar… ¿un conocido o un desconocido? Es que, si fuera uno de mis amigos, por lo menos sabría dónde está su cuerpo, tendría un lugar para llorar. Sí, llevaría su cadáver hasta el panteón y todos los jueves iría con él a jugar baraja con su nombre escrito en la gaveta.

Miro a mis conciudadanos y siempre me preguntan lo mismo: ¿has visto a mi hermano? ¿Has visto a mi madre? ¿Has visto a mi padre?

Sí, compañero, sí los he visto a todos ellos. Los cargas en tu mirada, que es de desesperación. ¡Déjame escuchar tu llanto, hermano mío! ¡De verdad eres mi pariente, por lo menos en el dolor! Ven aquí conmigo, no porque me convenga, sino porque quiero ayudarte de alguna manera; quiero conocer a alguien que también espera a un desaparecido y saber que no soy la única que posee una ilusión absurda. Mira que no sé disparar y no puedo rescatar al hermano que te han arrebatado; yo también quiero ver a mis amigos de nuevo, pero creo que ya no existen. Aquí tienes mi hombro, y si las autoridades no te entienden, yo puedo decirte que tus lágrimas son mis lágrimas, ¡no te conozco y sin embargo te quiero!

A ti y a mí nos mueve la misma cosa: esperamos un reencuentro; pero hay que decirlo como lo dirían los filósofos, porque de verdad esperamos “la repetición”. Soren Kierkegaard, el más grande orador entre nuestra cofradía favorita, la muy desgraciada “comunidad de difuntos”, vivió nuestro sentimiento. Como Unamuno, también digo de Kierkegaard que es mi hermano: porque él lo perdió todo (su fortuna, su amada, su amor por la vida…), y de aquel dolor tan grande no le quedó más que esperar en la repetición, la recuperación, la recapitulación… Pero él era un hombre cabal, y sabía que en el mundo era imposible tener aquello que deseaba. ¿No somos nosotros igual, queridos hermanos? ¿No esperamos el regreso de alguien que ya no estará con nosotros? Es que ahora hablamos con los muertos, porque los vivos no nos entienden.

La repetición, para los más desdichados y para Kierkegaard, es un movimiento espiritual; así como el sentimiento religioso (lenguaje común entre lo divino y lo humano), nuestra espera puede relacionarse con la resignación infinita (para renunciar al mundo) y el salto de fe (para recuperar lo que se ha perdido). Yo no sé si ustedes han visto a Dios (¡Ay, tal vez sí, porque no son como Moisés y ya están muertos!), pero mi dolor me hace intuir que ustedes renuncian al mundo cuando escuchan a las autoridades despreciar sus sentimientos y les dicen que la policía no puede hacer nada, y también pienso que saltan en virtud del absurdo cuando se levantan de su cama todos los días con la esperanza de recibir una llamada comunicándoles que ya han localizado a su familiar desaparecido.

¡Esperen, queridos hermanos! ¡No hagan más que esperar! Límpiense la cara y dejen de llorar, porque la repetición la hemos de alcanzar.

Texto: Vanesa Olivárez Franco, sexto semestre de Filosofía.
Ilustración: Sara Bisogno, cuarto semestre de LCI.
FacebooktwitterFacebooktwitter

Tags: , , ,


Sobre el autor



Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

De regreso a inicio ↑
  • Nombre

    Correo electrónico

    Asunto

    Mensaje