Opinión y Editoriales

Publicado en julio 12th, 2024 | por Vanesa Olivarez Franco

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Una realidad cruel: vivir con miedo

Hace algunos días tuve la desgracia de pasearme por los lugares donde antes vivían mis amigos. Usted lo ha leído bien, fue una desgracia. Aquellas calles, que antes solo me inspiraban sentimientos de alegría y goce, ahora me muestran una realidad cruel en la que veo una especie de cementerio de los recuerdos o algo por el estilo. En aquella casa de color blanco con puertas y ventanas negras, mis amigos y yo solíamos hablar sobre el futuro; algunos de ellos serían sacerdotes, otros ingenieros o abogados, y unos pocos se dedicarían a la música mientras al mismo tiempo gobernaban el país entero. Hoy, que estamos viviendo el futuro de aquellos días lejanos, me doy cuenta de que todos aquellos soñadores desaparecieron, y como ya no hay quien sueñe, tampoco hay sueños.

Muchas cosas vinieron a mi pensamiento en aquel momento. No solo veía lo que estaba en frente de mí, también aparecían algunos fantasmas vagando por las calles, e incluso hubo un momento en el que pensé que me llamaban por teléfono para invitarme a jugar una última partida de conquián. Todo era muy confuso: si antes sentía cierta seguridad al caminar por ahí, ya no sentía más que horror. Tuve miedo, mucho miedo, porque mis antiguos guardianes estaban desaparecidos y sus pequeños palacios ahora estaban ocupados por gente desconocida. ¡Esas calles que antes conocía como la palma de mi mano, hoy están invadidas por personas extrañas!

Ese temor venía de muchos lados. Aquel escenario me proponía aceptar una realidad cruel (pero realidad, al final de cuentas), un presente distinto al planeado, donde la esperanza en el regreso de los desaparecidos debe sepultarse (¡un nuevo cementerio!, ¡eso es lo que necesitamos!); pero también hay otro aspecto que no se ha tratado de la manera que se merece: ¿qué pasa con los que quedamos, con los que todavía no hemos desaparecido, aquellos a los que se nos orilla a aceptar esa realidad cruel?

No sé qué podría decirme usted; pero, como es mi turno de hablar, explico brevemente lo que creo: a las personas como nosotros, “los que quedamos”, muchas veces nos invade este miedo que mencionaba antes, pero hay que agregar que también es temor por el futuro. Hay tristeza al recordar el pasado, hay terror al reflexionar sobre el presente, pero también desesperación al pensar el futuro; mañana puedo ser yo quien desaparezca, y no es solo esto lo que me llena de espanto, pues, ¿qué pasará con los que aún formen parte del grupo de “los que quedan”?, ¿llorarán o les dará gusto que ya no esté entre ellos la persona que tanto los atormenta con sentencias como éstas?, ¿llevarán carteles con mi nombre para que los escuche algún gobernante indiferente ante esta tragedia? Hagamos esto más grande: ¿a mí sí me encontrarán?

No hay respuestas, solo preguntas. El signo de interrogación es también el símbolo de nuestro miedo. Y podemos decir con toda certeza que estos cuestionamientos nos hacen ver una realidad distinta. Ya no vemos la calle “X”, no vemos el barrio “Y”… vemos un lugar donde falta alguien, vemos la esquina donde mataron a nuestro hermano…

Texto: Vanesa Olivárez Franco, sexto semestre de Filosofía.
Ilustración: Sara Bisogno, cuarto semestre de LCI
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