Opinión y Editoriales

Publicado en agosto 30th, 2024 | por Vanesa Olivarez Franco

El silencio habla

¿No les ha pasado que, no diciendo nada, dicen todo? Algunas veces, cuando usted se queda callado, ¿no espera la reacción de alguien más? ¡Es que no se puede estar levantando la voz todo el tiempo! El silencio es bastante interesante, porque puede significar un sinfín de cosas. Ahora estamos acostumbrados al ruido y es complicado estar en paz, son pocos los lugares que nos ofrecen un espacio sin desorden. ¿Cuál es el sitio por excelencia para el silencio? Algunos dicen que los templos.

Recientemente ustedes, queridos hidrocálidos, han tenido la oportunidad de celebrar la festividad de la Virgen de la Asunción. He visto que muchos, aunque no sean católicos, sienten algo especial con esta fiesta; es como si algo los uniera, aunque ninguno sepa exactamente qué sea eso. Van a la Catedral o algún otro templo para conversar con algo o con alguien, ya sea de este mundo o del más allá (hasta tal punto ha llegado su soledad), pero es un diálogo que se hace en silencio. Este silencio no se cumple como si fuera una obligación, sino que se hace por mera convicción; usted guarda silencio porque espera escuchar algo más, aunque sea a usted mismo; necesita estar un rato sin decir nada, porque el ruido le impide descubrir aquello que le es oculto y, la mayoría de veces, le lastima. Muy bien lo decía nuestro querido filósofo español, Miguel de Unamuno: los templos son un espacio sagrado porque es un lugar al que se va a llorar. Vean ustedes a nuestros santos, casi siempre llorando o sangrando por una fuerza que no conocen completamente; es más, no vayamos tan lejos, veamos al propio mesías agonizante en la cruz utilizando sus últimas palabras para conversar con Dios y decirle “¿por qué me has abandonado?”. ¡Qué fuertes son estas palabras, que hasta al Hijo del Padre Eterno le dolió decirlas! ¿Qué es lo que estamos viviendo nosotros, que estamos manchados por el pecado cotidiano?, ¿será también una falta sentirnos igual, abandonados? Pero estos gritos desesperados, aunque provengan de nosotros mismos, llegan a tener su verdadero significado hasta que se les escucha realmente, es decir, en el silencio.

¿Ustedes también se sienten abandonados? ¿No sienten que algo les falta? ¡Tal vez un águila les está comiendo el hígado porque tuvieron el atrevimiento de hacer algo impensable! ¿No guardan silencio para estar atentos y escuchar cuando toquen la puerta? ¿A quién esperan ver atravesar ese umbral? Todo se trata de constantes luchas, constantes agonías que nos hacen cargar con un peso que no esperábamos soportar (porque la espera también se convierte en una herida). Ustedes, que esperan el regreso de alguien a casa, luchan de una manera especial contra la duda; es un combate silencioso porque tiene lugar dentro de las almas de cada uno. De muchas formas se alcanza a librar la batalla (o por lo menos se intenta), y yo he visto que algunos de ustedes han buscado algo de fuerzas en los rincones del silencio: no se comunican con palabras ni enuncian grandes discursos, solo pegan una imagen en un altar; veo varias fotos de desparecidos colocadas en desorden (como el sentimiento de quien les espera), y aunque no me gritan, me dicen que haga algo por aquellos personajes. ¡Qué extrañas son estas sensaciones! ¡Ustedes y yo, que llevamos el mismo dolor, hemos llegado a comunicarnos sin palabras! Mi silencio también les habla, así como su silencio también me habla a mí. Ahora lucho internamente contra una fuerza que no alcanzo a comprender, lo cual hace más complicada la batalla, ¿qué he de decirles que ustedes no sepan ya? Reclamen lo que es suyo, pero también sepan guardar silencio cuando ya no tengan nada que decir, porque ahí también pueden encontrar respuestas.

Texto: Vanesa Olivárez Franco, séptimo semestre de Filosofía.

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