Publicado en octubre 20th, 2024 | por Vanesa Olivarez Franco
Imágenes agonizantes y desesperadas
La vida muchas veces es miserable. Basta con leer las noticias para confirmar esta afirmación. Sin embargo, dentro de cada individuo particular hay algo que hace más llevadera esta condición: me refiero a la apreciación estética, un campo dedicado a la sensibilidad humana.
Podemos comprender los grandes periodos de la historia al recurrir a las obras artísticas, productos de la sensibilidad de cada época. Basta con ver algún grabado de Francisco de Goya para sentir, más que entender, lo que ocurre en las guerras y en la vida cotidiana de quien las sufre. A veces la comprensión racional se vuelve complicada, pero, del lado del sentimiento, la compasión no es algo que demande mucho esfuerzo porque es algo que, pareciera, llega en automático al contemplar el dolor ajeno.
El arte nos expresa el sentimiento de individuos particulares, pero también el de los demás sujetos que comparten condiciones parecidas a las del autor de las obras. Cabría preguntarnos, ¿qué nos dicen las obras artísticas de la actualidad sobre nuestra realidad?
No pienso en museos ni en grandes exposiciones de artistas europeos famosos. Pienso en las representaciones que suele hacer el ciudadano de a pie: tal vez un grafiti, un dibujo en una banca, una pintura, una imagen religiosa… ¡Hay que terminar con esto pronto, antes de que vengan los doctos a decirnos que esto no es arte!
Recientemente celebramos el día de la Virgen de los Dolores y la Virgen de la Soledad; esas figuras sacras son realizadas por los artesanos del pueblo, por eso parecen tan cercanas. Vemos la imagen de una mujer vestida de negro y con lágrimas en los ojos; voltea hacia arriba como esperando una respuesta, además de que sostiene un pañuelo blanco en sus manos; a sus pies vemos varios listones de colores con los nombres de algunos desaparecidos, tal vez también con lágrimas de las personas que les esperan. Aquellas madres que buscan a sus hijos muy bien pueden verse en la Virgen de los Dolores, su corazón también ha sido atravesado por siete espadas: la indiferencia, la espera, la incertidumbre, la no aceptación, el aislamiento, falta de apoyo y la culpa.
Todas le rezan a la Virgen, una madre que siente el mismo dolor que ellas, ¿quién mejor que la Virgen de la Soledad para comprenderlas? Aquella imagen no solo muestra lo celestial, también lo terrenal: rindiéndole culto a la Virgen, hacemos presente también la agonía de las madres con hijos desaparecidos, y en el Cristo crucificado vemos el rostro de las personas ausentes. De esta forma, humanizamos aún más a los seres divinos, y los hacemos tal cual como somos nosotros.
Estamos desesperados, estamos incompletos, y queremos que Dios reúna nuestras partes. ¿Cuántos agonizantes somos, de esos que están cerca de la muerte pero no se mueren? A Miguel de Unamuno le gustaba la palabra “agonía”, pero a Kierkegaard le agradaba más decir “desesperación”. ¿No es la misma cosa? ¿Los desesperados no son, en realidad, aquellos que no se pueden morir? ¡Por eso el judío errante es el más desgraciado de todos, porque no puede descansar en ningún lugar, ni siquiera en la muerte!
En aquellas representaciones artísticas nos vemos también a nosotros mismos. Cada dibujo, cada pintura, cada corrido… es el sentir de toda una comunidad. ¡Qué curioso que nuestras imágenes sean casi siempre de seres que lloran y sangran!