Publicado en noviembre 28th, 2024 | por Vanesa Olivarez Franco
Los enemigos del presente
“¡Qué extrañamente turbado quedé yo en cierta ocasión al ver un pobre hombre que caminaba a hurtadillas por las calles, vestido con un chaquetón casi raído, de color verde claro tirando a amarillo! Me daba pena de él. Pero, con todo, lo que más me conmovió fue que los colores del chaquetón me evocaban de un modo vivísimo las primeras las primeras ejecuciones que hice de niño en el noble arte de la pintura. Estos colores eran precisamente de los más preferidos por mí. […] ¡Y yo que siempre pintaba la vestimenta de mis héroes con estas franjas verdeamarillentas eternamente inolvidables! ¿No acontece lo mismo con todas las combinaciones de colores de la infancia? El esplendor que entonces tenía la vida ha ido poco a poco haciéndose demasiado fuerte y chillón para nuestros ojos fatigados”.
Leemos aquí a un sujeto estético (un Kierkegaard escondido) golpeándose a sí mismo al evocar los recuerdos de su infancia. A veces suele decir también que “no hay nada más peligroso que recordar”, porque es interrumpir el presente; pero ¿no será, más bien, algo bueno vivir en el pasado?, ¿qué presente es este, en el que luchamos contra fuerzas que no podemos controlar, contra sujetos que cargan sus armas y las disparan a cambio de unas cuantas monedas?, ¿no es más agradable el pasado, ese que ya está definido, en el que esos hombres armados solo aparecían en las películas?
Yo concuerdo con aquel joven oculto, y digo que el recuerdo es peligroso: el pasado está repleto de gente muerta. Mis anhelos de la infancia ahora me dan miedo; pensar en regresar a mis tiempos de secundaria me inunda de horror: aquellos amigos con los que pasaba horas jugando a la baraja, que siempre estaban conmigo en las buenas y en las malas, que siempre se mostraron honestos y leales a mí… resulta que, en realidad, eran malandros y por eso los han desaparecido (o por lo menos eso dicen los informes oficiales), ¡ay, cuánto me lastimaría que ellos lean estas palabras ahora! Es lamentable que lo que antes me causaba gran alegría, ahora sea algo a lo que debo tenerle miedo; el parque en el que caminaba por las noches ahora está lleno de cruces, cada una con nombres de personas que estimaba, que antes también me acompañaban en aquella caminata nocturna.
Los colores verdeamarillentos que pintaba Kierkegaard en su infancia, son, para mí, mis amigos de la infancia, pues “el esplendor que entonces tenía la vida ha ido poco a poco haciéndose demasiado fuerte y chillón”, tanto que mis ojos, hastiados de ver tanto sufrimiento en el camino, ya no soportarían volver a ver a mis antiguos compañeros. Hablar con ellos ahora sería hablar con criminales, y no con mis colegas jugadores de baraja. Para decirlo con el danés, ya no representan los colores de un héroe, sino de un vagabundo.
¿De dónde viene ese cambio tan radical? ¿Por qué le tenemos miedo al desparecido? ¿Por qué creemos en esos mitos detrás de ellos, si nosotros los conocíamos bien? Todo viene del hecho de que hemos dejado pasar nuestros más altos intereses personales, y ya no pensamos más allá del discurso oficial. Nuestros ideales son los de un borrego; no los de un ser humano…
Texto: Vanesa Olivárez Franco, séptimo semestre de Filosofía.