Publicado en enero 24th, 2025 | por Vanesa Olivarez Franco
Encarnación de los días que no debí vivir
Ahora que he perdido mis alas (las han costado desde hace tiempo, en nombre de la paz) no dejo de recordar los buenos tiempos, aquellos días en los que mi voz sonaba hasta cualquier parte del mundo. “¡Qué bonito es tu canto! ¡Cuánto me alegra escuchar tu voz!” Era lo que se escuchaba después de reflejar mi alegría para con mis amigos. ¿Qué hacen los amigos, sino hacer parecer posible lo imposible? Cuando yo saltaba al vacío, eran ellos los que me sostenían, los que hacían ver todo fácil, los que no permitían que llegara al fondo del abismo.
Ahora no hay quien me escuche. Mis compañeros me han sido arrebatados. ¿Para qué aprender nuevas canciones? ¿Para que ejercitar el canto? Nadie puede comprender lo que digo, porque nadie, además de ellos, tiene el oído adecuado para entenderme.
Trato de simular que camino en la tierra, trato de simular que dejo un rastro, que aún puedo dejar huellas… pero es inútil, es como si en realidad no estuviera aquí. Lo que hace que algo perdure es, tal vez, eso que los filósofos llaman “esencia”, a lo mejor alguna parte inmaterial del ser humano. ¡Ay, pero yo ya vivo en el polvo! Sufro la encarnación de los días que no debí vivir, por eso parece que ya no existo. ¿Por qué he llegado hasta tal estado? Unas cuantas balas, quién sabe de qué calibre, han atravesado mis alas. No sé por qué me ha ocurrido a mí; tal vez es una prueba, como le pasó a Job, pero yo ya no puedo saltar al vacío y salir bien de ahí, ya no tengo alas.
Cuando te han quitado la voz te han arrebatado mucho. O por lo menos yo no sé cómo es que debo vivir sin ella. ¿Desde cuándo la perdí? ¡Es que uno se acostumbra demasiado rápido! Cuando quedé muda creí que solo era temporal. Ustedes ya saben, es como cuando nos mentimos a nosotros mismos; haces algo y buscas convencerte de que haces otra cosa; tratas de hacerte menos culpable, tratas de desentender lo que pasa y no sentarte en la silla del acusado.
Yo ya no tengo voz. No tengo nada que decir. Es más, no tengo derecho.
Solo les pido a ustedes (que realmente no sé quiénes son) que me dejen creer que sigo cantando, que hay algo ahí que me escucha, déjenme pensar que estoy ayudando en algo. Déjenme por lo menos servir como una mensajera, como si mi vida valiera algo, por lo menos como una herramienta. Lo que he perdido ya no puedo recuperarlo, pero déjenme ayudarles a ustedes, porque también les falta algo.