Publicado en abril 1st, 2016 | por Colaboradores de Locus
¡A toda Madre!
Catalina Peña narra su experiencia de reclusión mínima en un convento. Así vivió un día “a toda madre”.
Tic, tac, tic, tac… Eran las cuatrode la tarde con 17 minutos y sólo puedo prestar atención al sonido del segundero y los 69 latidos de mi corazón tratando de ir a su compás. Me pareció eterno y sí, no sabía qué debía hacer, qué estaba haciendo o lo que se supone que hacía. Entre cuatro paredes color almendra me guardó durante una hora de lo que, entiendo, era meditación. Supe que era almendra porque había pasado al menos seis minutos observando y, utilizando como premisa los estándares y estereotipos clásicos sobre la relación entre las mujeres y los colores, era “mi deber” identificar el tono entre la amplia gama de posibilidades cromáticas.
El reloj, colocado en la parte superior de la pared a mi izquierda, seguía. Habían pasado 69 latidos más, que parecieron 1587. Las religiosas que me han permitido compartir sus experiencias y estilo de vida me contaron que, para meditar y encontrarme, debo charlar con el Santísimo expuesto en la capilla. Miré hacia el frente y ahí estaba. Mi escepticismo y un reflejo de mi cotidianidad me obligaron a caer en la costumbre, busqué el celular en mis pantalones, pero recordé tontamente que tuve que dejarlo en el cuarto en el que me hospedé, por respeto, ése fue uno de los requerimientos para poder quedarme ahí.
Éste era mi contexto. Decidí vivir durante un poco más de un día encerrada en un convento. Para ser sincera, me había llamado la atención saber por qué eligen este estilo de vida y qué diablos hacen. En mi imaginación, las veía rezando todo el tiempo y no imagino muchos temas de conversación. Me había preguntado si salen como la gente “normal“ o no.
Debo reconocer que aprendí más de lo que esperaba. Sabía que existen diferentes congregaciones, cada una con su visión, misión y carisma particular. Debo decir que me abstendré de mencionar los nombres reales. A las religiosas que me recibieron y que sé que leerán esta experiencia no tengo como agradecerles el espacio que me brindaron, ni la confianza y amabilidad con la que me trataron.
A ver madres
Tomé una sencilla mochila, puse mis artículos de aseo personal, un cambio de ropa, una pijama, algo de dinero; hice un recuento mental y caminé durante 18 minutos para llegar a mi destino: una casa medio pintada, muy sencilla y acogedora. Frente a la puerta, retomé mi recordatorio mental y puse mi celular en vibrador. Lo único que pude pensar es “genial” con un leve tono de sarcasmo.
Me recibió la hermana Susana, mi hermana maestra en mi estadía. La modalidad en la que estuve en el convento era como el de una joven más en proceso de formación para llevar a cabo una vida consagrada en Dios. Fui una de ellas (sí, aspirante oficial de más de un día).
Como no pude realizar en sí un primer paso al igual que las demás jóvenes, es decir, la con convicción de vivir en Dios y para Dios, me brinqué esa etapa de formación para vivir la experiencia en la comunidad. En sí, todos sus estudios y etapas de formación tienen como objetivo encontrar la vocación, enfocada principalmente en la consagrada.
Luego de darme recorrido general por la casa, la hermana Susana me llevó a la habitación que compartiría con Mayra y Abril, dos jóvenes que sí buscan encontrar su vocación y sintieron un primer llamado a este estilo de vida. Fue aquí cuando llegó mi primer paso de formación: el desprendimiento.
“Si quieres vivir completa esta experiencia tendrás que apagar tu celular. Guardarlo aquí sin que lo saques durante toda tu visita o puedes optar por dármelo hasta el final, prometo devolverlo no pasará nada”, expresó la hermana.
En mi cabeza resonó un prolongado “qué” mientras abría los ojos como platos. Eso significaba que no tendría forma de comunicarme con alguien, adiós llamadas, mensajes, whats, facebook, música,… Estaba consciente de que no tendría televisión o radio (que de todas formas, estaba de más utilizarlos, no lo iba a hacer).
“No lo sacaré”, puntualicé. Viendo el lado positivo eso me ayudaría a realizar bien este trabajo. La religiosa asintió e hizo de mi conocimiento una lista de deberes y actividades que tendría.
Para mi suerte, mis deberes eran los mismos que cometía en mi casa. Empecé a decepcionarme. Si a esto me iba a dedicar el fin de semana, de haberlo sabido sin dudarlo, mejor me iba a descansar. Sin embargo ya estaba allí, busqué, de nueva cuenta, el lado positivo.
En cuanto terminé mis encomiendas, me acerqué a conversar con mis compañeras de cuarto. Creía que charlar con alguien de mi edad evitaría que cayera de nuevo en decepción.
¡Finalmente! algo que no estaba en mi cotidianidad. Mayra y Abril no son de Aguascalientes, ambas provienen de entidades federativas distintas: Durango y Oaxaca respectivamente. Cada una de ellas con una búsqueda distinta, identidad y asegurarse que eran lo que buscaban hacer de su vida. A la mitad de nuestra plática, la hermana nos convocó, junto con el resto de las jóvenes y religiosas a rezar el ángelus a las 12 del día, había pasado apenas una hora y media desde que había llegado, el tiempo transcurría tan lento.
Medio recé, en realidad, sólo escuchaba atenta lo que anunciaban. Conocí al resto de quienes conformaban esta casa de formación y me dirigí a la cocina, junto con la hermana Susana y una joven, Jess, a preparar la comida para todas, la cual se llevaría a cabo a las dos de la tarde.
La preparación consistió en una receta sencilla:
*Vaya a la cocina y rodéese del personal y las herramientas necesarias.
*Prepárese para todos los escenarios posibles.
*Mantenga la calma en todo momento.
*Pregunte sobre lo que tenga duda, no se quede callado.
Ya en la cocina, la hermana Susana fue la primera se encargó de entablar la conversación mientras preparábamos arroz rojo, caldo de pollo, agua de naranja y plátanos con crema.
– ¿Estás disfrutando de tu experiencia? – me preguntó.
– Sí, gracias de nuevo por recibirme. – Respondí, mientras veía de reojo a Jess que aún no comprendía bien cuál era el propósito de mi visita.
– ¿Para qué es tu experiencia? – me cuestionó después de terminar de cortar las naranjas.
– Para un trabajo, es mera curiosidad para ser honesta. Ammmm, vengo a “vivir como ustedes” y después intentar escribir sobre ello.
– ¡Ahhhhh! Tareas. No las extraño.
– Es aspirante de 24 horas – añadió mi hermana maestra.
– Si, algo así. No es tan diferente, me siento como en casa en relación a los deberes y así. Jejeje – confesé.
– Si, bueno. Tampoco es que te consagres a Dios y seas monja un día. Todo a su tiempo y poco a poco – señaló la religiosa. – Ahorita estás como una joven que siente inquietud, viene a conocer como las demás. Nos dio gusto que nos llamaras para venir, nos pareció interesante, después de todo es mejor ver y conocer a que imagines cosas. Existen muchos mitos y prejuicios sobre nosotras y el porqué elegimos este estilo de vida. Tú debes saberlo, si bien nos va, nos llaman dejadas.
La hermana agregó las verduras que había cortado a una olla y prosiguió amable y cálida:
– Somos una familia, tenemos actividades de una familia. Todas cooperamos con todo y nos apoyamos en la decisión que tome cada una de nosotras, dialogando y compartiendo nuestras opiniones – cuando volteó a verme, debió de percatarse de mi expresión modo si, como no y continuó – suena utópico, lo sé, también peleamos, discutimos, trabajamos, vamos a la escuela.
– ¿Qué pasa si una chica llega, dice que quiere ser monja, después dice que no y se va?– me apresuré a decir, mientras mi mente decía “con calma, con calma”.
– La apoyamos en su decisión, las jóvenes vienen a buscar qué es lo que quiere el Señor de ellas, todo está en ellas. Pueden elegir quedarse, intentar o decir “siempre no quiero”, no es obligación quedarse – prosiguió.
– Ahh, ok. Y si se quieren quedar, ¿qué?
– Eso yo lo puedo responder. – se apresuró a decir Jess, quien estaba muy concentrada con el arroz. – Empiezas con tus procesos de formación. Hay jóvenes que empiezan con los encuentros vocacionales, que son como breves cursos un domingo al mes, a veces son fines de semana en el que se quedan varias muchachas y se exponen temas en relación a las celebraciones y sobre las diferentes vocaciones: matrimonio, celibato y vida consagrada. Puedes hacer experiencias más largas y si eliges quedarte, empiezas con el aspirantado. No hay mucha diferencia con la vida que llevas, si vas a la escuela, sigues yendo, igual que con el trabajo, vistes como cualquier chica,… sólo que ya vives con las hermanas. Sigues viendo a tu familia, tienes tareas como en casa y llevas una que otras clases, tienes coloquios, meditaciones. Mmmm, poco a poco te vas desprendiendo de las cosas, como tú con el teléfono. Son distractores para que encuentres tu vocación. El chiste es que te encuentres y descubran qué con tu vida. No te apures, si te lo devuelven al final.
– Jajaja, un coloquio con…
– Una charla con tu guía espiritual, donde vas discerniendo.
– ¿Después?
–Luego, pasas al postulantado. Tu desprendimiento es más grande, usas uniforme y tu preparación y clases que tomas están más enfocadas a ser religiosa. Sigues con los coloquios. Paso a paso te vas centrando para descubrir aún más y definir si te gusta o no. Sigue el noviciado y después tu profesión de votos. Ahí si ya eres religiosa.
–Ok.
oooOOOooo
Durante la comida, disfruté de un humor muy blanco, de anécdotas e historias vocacionales. Cada una de las integrantes con personalidades definidas, de diversos orígenes, al igual que de clase económica y grado de estudios, unas más tímidas, otras más extrovertidas, pero al fin y al cabo todas unidas, al menos eso percibí. Al terminar cada quien retomó sus actividades, todas marcadas en un horario justo y puntual.
Es aquí cuando llego al inicio de este texto, dieron las cuatro. En mi itinerario proseguía la meditación y después un coloquio. En resumen: el ruido mental se apoderó de mí.
Al finalizar, me dispuse a buscar a la hermana Susana, pues como mi hermana maestra fungiría como mi guía espiritual. Me pasó a una sala y tuve mi “primer” coloquio. Observé detenidamente la habitación y finalice volviendo a la religiosa. Ahí puedes hablar de cualquier cosa, inquietudes, temores, deseos, anhelos, etc. todo confidencial.
Llegó el momento del apostolado, es decir actividad para la propagación y divulgación de una causa o doctrina. Como no dirijo o participo en uno en concreto sólo las acompañé. En el trayecto me percate de algunas cosas. Te tratan diferente si dices que perteneces a una congregación. Sólo hay dos opciones, eres aceptada o no. En ocasiones, hasta son rechazadas por sus propias familias.
Observación curiosa: la gente suele mirarlas con respeto o sin él. En sí, mucha gente no sabe cómo dirigirse a ellas, pueden llamarlas madres, hermanas, señoras, monjas… el término correcto es religiosa. Sin embargo no se sienten ofendidas si se les expresa de otra forma. No se escapan del acoso, considero que hasta es peor y más grotesco. Suelen compartirles muchas cosas, desde un pequeño pedazo de pan hasta dinero.
Las donaciones que reciben, dígase dinero, ropa, despensa, alientos, medicinas, toda es compartida. Las jóvenes en formación, durante su desprendimiento le otorgan a los más necesitados su pertenecías, claro no falta quien les pida ropa que quieran, computadoras, celulares, entre otros. Las religiosas no poseen muchas pertenencias, sólo aquello que necesitan. Un par de cambios, objetos de aseo personal, material de trabajo por nombrar algunas. A su vez, también trabajan, son maestras en colegios, venden comida y algunas manualidades como bordados.
Dentro de sus actividades también hay recreación. Me sorprendí cuando supe que tendríamos fogata en el patio. Después de los deberes y dependiendo del día y las actividades del día siguiente, hay recreación.
Concluimos el día con una oración y nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones. Eran las 9:36 y ya debía dormir, esperaba que la caminata, las actividades, algo me hubiera cansado. Antes de acostarnos, conversé un poco con mis compañeras de cuarto y las deje descansar. Después de todo, ellas si duermen temprano. Media hora era una eternidad, pensé en leer pero las luces debían permanecer apagadas. No podía dormir y para acabarla, había que madrugar para ir a misa y después de misión corta. Esa iba a ser mi última actividad.
Muy malota saqué mi celular y lo revise para matar el tiempo (no me vaya a regañar hermana, después de que lea esto), desperté a mis compañeras y se vieron tentadas a usarlo también. Lo apagué y guardé de nuevo. Susurrando, volvimos a platicar, tanto así que seguimos cerca de las dos de la mañana. Levantarse iba a ser una misión imposible.
En definitiva nuestro aspecto era pésimo, todas ojerosas y desveladas, parecíamos enfermas.
oooOOOOooo
La misión, fue sin duda una de las mejores cosas que viví. Lejos de ir a predicar, la convivencia con la gente, sus enseñanzas y apertura es enriquecedor. Reiteré que nuestros problemas son mínimos en comparación, nuestra vida está llena de lujos. Es triste saber que para mucha gente aún el agua potable y la luz es un privilegio muy grande. Lugares que aparecen en el mapa, pero no aparecen en el mapa.
La calidad de vida de las personas, lo que tienen hacer para sobrevivir es admirable. Casas, si así puede llamárseles, hechas de paredes de nopal, cartón, lonas de diversos candidatos y alambres. En ocasiones, cuando la misión es más larga, comparten el intento de techo.
Para la misión llevamos ropa, despensa, dinero, juguetes y comida para compartir durante la visita. Los pequeños detalles y como la gente nos recibió era de verdad emotivo. No iba como una joven más que iba a conocer el lugar darse cuenta de la realidad, iba como aspirante y reforcé lo que ya sabía. Cada día por lo mejor que lo pinten, la decadencia es mayor. Verdaderamente no alcanza.
Al igual que el resto de las religiosas y las demás jóvenes en formación ayudé cooperando y limpiando el lugar, entregamos las donaciones que traíamos, comimos y jugamos un rato. También hubo catecismo, pero está demás mencionarlo. Fue una experiencia sumamente nutridora en diversos aspectos.
Con eso concluí mi experiencia como aspirante, tuve otro coloquio. Compartí las conclusiones que obtuve, lo que observe y lo que escribiría al respecto.
De todas las cosas que te pueden marcar, realizar este tipo de ayuda como algo cotidiano, con todo el gusto del mundo es uno. Lo curioso es el apoyo o discriminación que se recibe por el estilo de vida que se le elige.
La confusión que percibí es continua, el saber si haces lo correcto, si no.
Bien es dicho nunca juzgues a un libro por su portada, sin embargo las portadas se crearon para juzgarse, y “proteger” de alguna manera el contenido de cada una de las letras impresas en las páginas del mismo.
A propósito, o inconsciente, caemos en ese cliché absurdo. Por más que quisiéramos o manifestáramos que no caemos en la típica faceta de criticar y ser parcial. En nuestras actividades diarias las hacemos constantemente, o por lo menos, estamos rodeados de ellas.
Decir que hay una excepción o escapatoria es una mera falacia.
Es común que en conversaciones sobre el futuro de los hijos se hable mucho de que sea doctor(a), arquitecto(a), abogado(a), entre otras serie de profesiones, esto sobre todo en lo que se refiere a la gente citadina. En el campo, las profesiones varían un poco más, sobreponiendo mucho la figura de servicio en el matrimonio, aunque la vida religiosa (en algunas comunidades) es una buena opción.
No es común que una chica diga “quiero ser monja”, pertenecer a una congregación, entregarse a Dios para ser de él y por él. La que tiene la valentía de hacerlo siempre es tachada de dejada, cotorra o (como decirlo) desagradable a la vista.
A veces al tomar esta decisión no se cuenta ni que con el apoyo de la misma familia y aquellos que dicen ser “amigos”; aunque si apreciamos el lado positivo les ayuda a descubrir quienes realmente entran en ese concepto.