Opinión y Editoriales

Publicado en abril 18th, 2018 | por Airam Guevara

Siendo inmigrante por 6 minutos…

El pasado martes tres de abril tuve la oportunidad de ir a la instalación virtual de Alejandro Gonzales Iñárritu, Carne y Arena: físicamente invisible, virtualmente presente que se encuentra en el Centro Cultural Universitario de Tlatelolco (CCUT) en la Ciudad de México.

A las 5:28 a.m. exactamente comenzó mi día. Tras sólo haber podido dormir tres horas, el sueño estaba presente en mí como la emoción de emprender la experiencia, así que decidí levantarme y cambiar mi pijama para poder trasladarme al aeropuerto de Aguascalientes. Desde el comienzo del día supe que iba a ser un día agitado.

La aventura comenzó con un vuelo de 40 minutos de Aguascalientes a las 7:20 de la mañana hacía la CDMX, le siguió un desayuno en Tepito y una visita al acuario Inbursa, al museo Soumaya y en el intermedio del día una comida en Polanco, para después llegar al fin a la razón de mi viaje, Carne y Arena.

Eran las 16:30 cuando estaba en Polanco ansiosa porque llegará rápido el uber y pudiera transportarme hasta CCUT, la sensación de cuando iba en camino era de estrés por ir algo retrasada y con miedo de perder el turno para poder pasar, mi boleto decía 17:00 horas y se hacían mínimo 30 minutos para llegar. Estaba nerviosa, muy nerviosa.

Llegué corriendo hasta la entrada, pregunté por la exhibición a una señorita que se encontraba en la puerta y me contestó “al fondo a la izquierda”, al dar vuelta había tres entradas y ni una sola persona, al fondo la portada de la exhibición, me fui por la de en medio, no había nada. Me fui a la derecha, tampoco. Regresé a la primera y salió un señor encargado de la exhibición, le mostré mi boleto y me hizo esperar en la cafetería del centro alrededor de media hora para poder entrar debido a que tenían “dificultades técnicas”, dijo.

Cuando volvió a venir para decirme que ya podía pasar mi corazón empezó a acelerarse de la emoción. Me dirigí hasta la puerta, sólo se escuchaba una música por parte de la instalación, una música confusa, tensa y perturbadora que simulaba el golpe entre dos objetos de metal, después de que me dieran algunas instrucciones entré.

Lo primero con lo que me topé fue con unos textos de Iñárritu en los cuales explica lo que para él fue vivir la experiencia de realizar este proyecto, de ir con inmigrantes para que les contarán sus historias y poder transmitirlo a través de la realidad virtual. El cómo hacerlo por este medio en lugar del cine, tenía una relevancia sensorial.

En seguida había una puerta negra con una pequeña ventana en el centro superior, entré y observé la habitación en la que ahora me encontraba, era un refrigerador para humanos, las paredes eran blancas y no había ninguna ventana. Era la representación de un freezer, refrigeradores en los que después de ser capturados los inmigrantes terminan ahí. En ella había varias bancas de metal alrededor y por el centro, también había zapatos tirados por todas partes, zapatos de inmigrantes reales que habían sido recolectados por parte del equipo de producción en el desierto de Sonora, allá por la frontera. Eran de hombres y mujeres, niños y niñas, me impresionó mucho ver zapatitos tan chicos como de niños de cuatro años.

Fui recorriendo toda la habitación, en una de las paredes con letras rojas leí: “Quítate los zapatos y los calcetines. Deposítalos en el locker. Espera a que suene la alarma y entra”. Eso hice.

Esperé en una de las bancas de en medio viendo directo a la puerta y a la alarma, el miedo empezó a introducirse dentro de mí, estaba alterada por cuándo y cómo sonaría, no sabía qué esperar.

Los minutos pasaban y pasaban y la alarma no sonaba. Mi cuerpo estaba enfriándose y mi mente estaba en blanco, por lo que decidí pararme y caminar por la habitación para distraerme un poco, pero justo cuando me paré, la alarma sonó, a diferencia de cómo me esperaba, era una alarma no estruendosa que brillaba y emitía un pequeño sonido.

Fui hacia la puerta y me encontré con un arenero, era un cuarto grande como de unos 25 metros aproximadamente, a oscuras y con una luz roja en horizontal a lo largo de la pared. En el centro dos muchachas con una mochila y los lentes de realidad virtual me esperaban para comenzar la experiencia, me acerqué y me dieron algunas instrucciones, me pusieron la mochila en la espalda, me acomodaron los lentes de realidad virtual y por último los audífonos.

Desperté en medio del desierto, bien podría ser tarde noche o bien de madrugada, no supe diferenciar en ese momento, me desubiqué bastante y no sabía cómo reaccionar, podía sentir la arena bajo los pies y alrededor había un silencio escalofriante, hacía frío y se podían visualizar los matorrales, los cactus y los nopales.

De repente, empezó a hacerse de día y a lo lejos se empezaron a escuchar voces. Poco a poco aparecieron personas, era un grupo de inmigrantes que estaban cansados, heridos y sedientos. Al parecer alguien se les había quedado atrás, unos pedían regresar mientras que otros insistían en continuar.

En un instante, se escuchó el sonido de un helicóptero que volaba sobre nosotros y apareció la patrulla de la migra, los oficiales llevaban pistolas y perros, todos empezaron a implorar. Había un niño llorando muy fuerte. Los oficiales no cesaban de gritar. Era una escena de caos.

El miedo, tanto mío como de las personas “presentes” era palpable. La adrenalina al tope. Todos estábamos de rodillas en el piso. Yo, por más absurdo que parezca, no sabía qué hacer, quería ayudar a las señoras y al mismo tiempo me aterraba que la migra me viera a mí también. Me quede petrificada y con el corazón palpitando fuerte y pesado.

En seguida, esa escena desapareció, ahora me encontraba de noche en el desierto, en donde el grupo de inmigrantes estaban cenando tranquilamente, era una especie de flashback y de repente vuelvo a estar en el desierto sola en la tarde y otra vez estaba de regreso en la captura de la migra. Un perro de los policías pasó a mi lado y un oficial empezó a hablarme directamente a mí, me gritaba y sólo entendí que me agachara en el piso, me apuntó con su arma e inmediatamente lo obedecí. En un segundo ¡pum! Se escuchó el balazo. Mi corazón se detuvo.

Finalizó la experiencia de realidad virtual. Fueron más o menos seis-siete minutos de ella. Una de las muchachas me retiró el casco y la mochila y salí por otra puerta negra.

Ahora estaba en un pequeño cuarto como de unos 4 metros. En la pared se encontraba la instrucción de recoger mis zapatos y calcetines y esperar una nueva alarma. Me los pongo y espero otra vez.

Esta ocasión fue menos tiempo lo que esperé, pasaron tal vez unos 5 minutos cuando la alarma se encendió y salí nuevamente por la siguiente puerta. Frente a mí había un pasillo largo en forma de L pero invertida a la izquierda. Había poca luz, a un costado un pequeño letrero en letras blancas que te informaba que el muro al lado del pasillo era un pedazo real de la frontera con Arizona que fue derrumbado para hacer uno nuevo de concreto.

Caminé a lo largo y en la vuelta del pasillo había varios cuadros con historias de inmigrantes que Iñarritú había entrevistado. Cada cuadro era la historia de uno, comenzaban con su nombre, su edad y el país del que provenían para proseguir con su historia, y porqué decidieron abandonar su país y lo que tuvieron que afrontar al hacerlo.

Muchos centroamericanos se veían obligados a dejar el país por falta de oportunidades o por la inseguridad de su país. De todas las historias que leí, una sola fue de un mexicano, la mayoría eran de Honduras, El Salvador, Guatemala, países que la han pasado peor en temas de inseguridad y pobreza.

Ellos relataban como era en primer lugar llegar hasta México, que fueran asaltados, su paso por el tren de la bestia, etc., en segundo lugar, su paso por la frontera, el estar en el camión del pollero por días con muchísimas personas juntas, el trato de los policías hacia ellos y, en tercer lugar, cómo viven ahora y a qué se dedican, en qué trabajan para vivir mejor, etc.

En esta parte del pasillo eran como 10 historias impresionantes y desgarradoras que te mueven varias emociones. Empiezas a sentir la impotencia, la tristeza y el enojo. Te hacen ver la realidad que muchas veces ignoramos, pero que está ahí más cerca de lo que pensamos. Ser empático, esa es la palabra, ponerte casi literalmente en los zapatos de un inmigrante. Sales por la última puerta y se acabo la experiencia, sin embargo, se queda contigo para siempre.

Tras salir de la instalación como a eso de las 7:15 de la noche, llena de arena en toda la ropa y con lágrimas en los ojos, me fui nuevamente apresurada a tomar mi vuelo de regreso a Aguascalientes.

Llegué al aeropuerto justo cuando comenzaron a abordar, nos subieron a uno de esos camioncitos que te trasladan desde la sala de espera hasta el avión, mis pies dolían demasiado, estaba muy cansada ya. Me fue hacía mi lugar, a esperar llegar a mi casa y descansar.

Después de todo llegué a mi casa antes de las 10 de la noche, me recibió mi abuela, me ofreció de cenar unos molletes que acepté felizmente. Al terminar me fui a acostar, aunque cansada, había disfrutado ese día como pocos, la experiencia me dejaría mucho qué pensar. El sueño pesado me dominó y en cuanto toqué la almohada caí en el mundo de los sueños.

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Sobre el autor

Estudiante de LCI, lectora apasionada y amante de las enchiladas suizas. Me gusta conocer gente nueva e ir al teatro.



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