Publicado en enero 22nd, 2019 | por Rodrigo Pérez Téllez
El pueblo “bueno y sabio”
¿Qué atributos requiere un determinado pueblo para merecer los calificativos de “bueno” y “sabio”?, hagamos una reflexión al respecto.
Tras la tragedia ocurrida hace unos días en Tlahuelilpan, Hidalgo, en donde de acuerdo las autoridades, se reportó al día 21 de enero de 2019 la cifra de 91 muertos y 52 hospitalizados, quienes lamentablemente han perdido la vida al tratar de adquirir combustible de manera ilícita, cuyo fin principal era que éste se convirtiera en materia productiva de los pobladores de la zona y áreas aledañas para poder “salir adelante”.
Sin embargo, este hidrocarburo terminó siendo el insumo que prendió la chispa de una polémica y repulsiva discusión que va desde las redes sociodigitales hasta en los cafés, bares y en la sobremesa, en la que se han visto con recelo y cierto prejuicio diversos materiales audiovisuales de origen impreciso en los que se puede apreciar esfuerzos de las instituciones encargadas de cuidar el orden público –es decir, el Ejército y la Policía Federal- de hacer reflexionar y alertar a los pobladores sobre una posible tragedia, aunque también, otros tantos vídeos muestran cómo los elementos de estas instituciones se mantienen como meros observadores ante una inevitable tragedia anunciada.
Se han propagado también otros productos audiovisuales en los que por otro lado, pobladores de la zona ignoran y atentan tanto verbal y físicamente contra estas fuerzas del orden público, aunque irónicamente, han salido a la luz otros tantos vídeos en los que grupos de personas expresan entre lágrimas, rabia y gritos múltiples reclamos y consignas por la omisión y negligencia de estos elementos al haber evitado esta tragedia.
Es dentro de todo este “ecosistema” de información –por así llamarlo- en donde se han conformado dos principales cosmovisiones sobre este acontecimiento: quienes por un lado lamentan el suceso y tratan de entender las razones sociales, culturales y económicas por las cuales los pobladores de la zona realizan este tipo de prácticas de robo de combustible y actúan de determinada forma frente a elementos encargados de cuidar el orden público; por otro lado, se encuentran quienes han vitoreado con autoridad moral y hasta satirizado ácidamente la pérdida de vidas humanas, justificando estas como respuesta a su hambre de robar; sí, casi como el hecho de no acatar un mandamiento divino.
Es en este terreno espinoso y polarizado donde es prudente reflexionar sobre el planteamiento inicial de este texto.
Me parece que lo medular ante esta tragedia no debe radicar en tratar de identificarse en una de estas dos cosmovisiones polarizadas, sino en reflexionar sobre el respeto que como ciudadanos tenemos hacia la propia sociedad y a las instituciones que conforman el Estado, pues retomando palabras del ex presidente Felipe Calderón en torno a este hecho “es tarea de todos recuperar el respeto a la ley”.
Si bien no suelo coincidir con el ex mandatario en la mayoría de las ocasiones, me parece que estas palabras condensan el principal problema sociocultural del México contemporáneo, pues con la tragedia de Tlahuelilpan se atestiguó que el pueblo “bueno” y “sabio” no sólo no respeta a las instituciones encargadas de mantener el orden público y en ocasiones, de cualquier otro tipo de institución perteneciente al Estado, sino que también es incapaz de respetarse y apoyarse a sí mismo en acontecimientos en donde la solidaridad y la empatía suelen ser los atributos característicos de la sociedad mexicana.
Me parece que esta tragedia no sólo debe hacernos reflexionar sobre el grave problema que vive México en torno al robo de combustibles y las condiciones de vida de las personas que se dedican a este negocio ilícito, sino también en cómo la sociedad en su conjunto, es decir, el pueblo “bueno y sabio”, puede repensar sobre lo que implica el respeto a las instituciones del Estado, pero también, si la solidaridad y la empatía pueden permanecer como esos atributos característicos de los mexicanos en situaciones de duelo nacional.
¿Será que recuperando el respeto por las instituciones del Estado, la propia sociedad restaura el respeto a sí misma?