Opinión y Editoriales

Publicado en agosto 7th, 2019 | por Gabriel Cortez

Nunca Debí Haberme ido de Movilidad

Existen muchas razones por las cuales nunca te debes ir de movilidad. Más adelante te contaré todas y cada una de ellas. Mientras tanto te platicaré como fue todo mi proceso antes, durante y después de realizar mi intercambio académico.

Mi nombre es Gabriel Cortez Ibarra tengo 21 años y estudio la licenciatura en Comunicación Organizacional. Uno de mis objetivos al iniciar la carrera siempre fue realizar una movilidad.
Recuerdo que recién ingresado a la universidad, una vez nos llevaron a un panel de estudiantes de la carrera que habían regresado de su intercambio. Nos contaron sus experiencias y desde entonces sembraron en mí la idea de también hacerlo.

Hace aproximadamente un año inició esta aventura, en enero de 2018, el Departamento de Movilidad e Intercambio, publicó la convocatoria para aplicar a uno de los programas con los que la universidad tiene convenio. La lista era grande, podía irme a cualquier parte del mundo.

Mi sueño era irme a Granada, España, así que llevé todos mis documentos y solicitudes para ingresar a la Universidad de Granada. Tuve que esperar como tres meses para obtener los resultados.
Cuando por fin recibí un correo de la Universidad receptora, me emocioné mucho. Abrí el correo y para mi sorpresa… no fui admitido.

Me puse un poco triste pues ya me había visualizado en ese lugar, pensé que tal vez lo mejor era esperarme al siguiente año y volver a aplicar. A los pocos días me dieron la noticia que tenía como segunda opción irme a la Universidad de Sevilla. Lo dudé un poco pero finalmente acepté y volví a enviar mi solicitud. Unos días después me notificaron que sí había sido admitido.

A partir de ese momento, empecé a ahorrar y ahorrar. Si bien Sevilla no era uno de los destinos más caros para vivir, el tipo de cambio del peso con el euro no me favorecía. Todas las vacaciones de verano me la pasé trabajando para sustentar los gastos que se fueron presentando, como visado, seguro de gastos médicos y vuelos. Apliqué para un par de becas, pero no fui seleccionado para ninguna de ellas. Cuando me avisaron que no era beneficiario de ninguna beca faltaban tan sólo tres semanas para irme. Así que ya no había marcha atrás, pensé que quizá con el apoyo de mis padres y lo poco que tenía ahorrado no sería suficiente, pero ya tenía todo arreglado para partir así que no podía echarme para atrás, ya encontraría la forma de administrarme, pensé.

Dejé todo para irme, dejé a mis amigos, familia y todo tipo de comodidades. No cualquier persona se atreve a eso. No sabía lo que me esperaba, tenía miedo de llegar a un lugar desconocido, a un nuevo país y con una cultura totalmente diferente a la mía. Tenía miedo de irme, pero también de quedarme. Necesitaba un cambio en mi vida, necesitaba algo de lo que pudiera sorprenderme y maravillarme.

Atravesé el atlántico con una maleta de 25 kgs, con lo básico para sobrevivir seis meses fuera de mi país.
Cuando llegué a Sevilla a mi piso, entré a mi nueva habitación para desempacar y acomodé las fotos de las personas que pensé que echaría tanto de menos.
Desde el primer día hice una buena relación con mis compañeros de piso, un par de desconocidos que con el tiempo se convirtieron en mi familia.

Todo era tan raro, todo era nuevo para mí, nueva casa, nueva escuela, nueva ciudad, nuevos amigos.

En Sevilla hay un grupo de voluntarios que organiza reuniones, viajes y fiestas con todos los estudiantes de intercambio. Fue a través de ese grupo que empecé a conocer gente.
Nunca me he sentido una persona social, entablar una conversación con alguien por primera vez siempre me había resultado difícil. Pero estando ahí no me quedó de otra más que olvidar mis inseguridades. Poco a poco fui perdiendo el miedo a socializar.

Considero que era fácil hacer clic con los demás intercambistas, pues todos teníamos tantas cosas en común. Todos buscábamos algo, estábamos ahí por alguna razón. Quizá huíamos de alguien o simplemente de nosotros mismos. Así que nos acompañamos los unos a los otros para llenar el vacío que nos causaba haber dejado todo del otro lado del mundo.

Al pasar de los días dejé de sentir miedo y empecé a disfrutar de todo lo que tenía enfrente.
Nunca se había sentido tan bien salir de mi zona de confort, todo me parecía una buena idea. Aunque todo era nuevo para mí, siempre me decía a mi mismo. ¿Por qué no?
¿Por qué no salir por una cerveza al medio día? ¿Por qué no ir a cenar a las dos de la madrugada? ¿Por qué no ir a pescar atardeceres a la orilla del río?
Cada fiesta, salida o reunión superaba a la anterior. Era muy feliz y sí que me daba cuenta.
Los viajes eran como el pan de cada día, aún cuando pensaba que el dinero no me iba a alcanzar, supe administrarme, y prefería utilizar mi poco dinero en comprar vuelos y reservar hostales.
Tuve la oportunidad de conocer siete países y más de 20 ciudades. Debo confesar que lo más bonito de un viaje no son los lugares en sí, sino las experiencias, anécdotas, aprendizajes y con quien lo compartes.
El tiempo pasaba y un día me levanté y dejé de sentir que estaba en un lugar extraño. Estaba en mi cama, en mi cuarto, en mi ciudad y con mi familia. Creí que nunca pasaría, que nunca podría acostumbrarme a ese lugar. Las personas que hace tres meses eran desconocidas ahora eran parte importante de mi vida. ¿Dónde estuvieron todo este tiempo? ¿Por qué tardaron tanto? ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo ya los consideraba como parte de mi familia? Creo que este cariño era mutuo, pues todos veníamos solos desde tan lejos y no teníamos a nadie más en Sevilla.
Hacíamos todo juntos, desde ir al súper, juntarnos a ver pelis, ir a comer o a una fiesta por la noche. Nos acompañamos en los mejores y peores momentos. Cuando alguien tenía una crisis por extrañar a su familia y amigos de su país, el resto estábamos ahí para remediarlo. Nada que una charla frente al puente de Triana y un tinto de verano no pudieran arreglar.

Las videollamadas y whatsapps con mis amigos de México comenzaron a disminuir. Siempre pensaba en ellos, pero tenía tantas cosas que hacer que no me alcanzaba el tiempo para responderles. De vez en cuando me lo recriminaban y no entendían todo lo que yo estaba viviendo.
Me di cuenta de que muchas de las cosas que creí que me harían falta en realidad nunca las eché de menos. Tan sólo era el peso de mis miedos lo que no me dejaba avanzar.

Mi vida en Sevilla era perfecta y pensaba ¿Qué voy a hacer cuando todo esto termine?
Quizá estaba viviendo los mejores meses de mi vida y me aterraba pensar que todo esto pronto acabaría. Cuando faltaba un mes para irme, comenzaron las despedidas. Era horrible pensar que quizá era la última vez que vería a esas personas. Sentía que ya no podría vivir sin ellas.
Seguro que a algunas las volveré a ver, pero a muchas no. Y nunca, jamás volveríamos a estar todos juntos. Podría suceder, pero eso sería como un milagro. Creía que esto no pasaría, pero ahora mi corazón estaría repartido en varias partes del mundo.
Fue entonces cuando entendí que así funciona todo, hay cosas, situaciones, experiencias y personas que sólo te pasan una vez en la vida. Estaba triste pero satisfecho porque lo di todo. Disfruté cada segundo y cada momento lo hice mío.

Sevilla dejó una huella imborrable en mi memoria, en aquella ciudad, viví la mejor experiencia de mi vida, me hice de grandes amigos y hasta me llegué a enamorar. Antes de partir pensé en todas las cosas que extrañaría. Desde ir a comer a los montaditos, caminar en la madrugada por el centro o hasta simplemente estar echado a la orilla del río Guadalquivir.

Es por eso por lo que nunca debí irme de movilidad, porque echar de menos es el precio por haber vivido tantas cosas increíbles. Nunca debí haberme ido de mi país, ahora vivo con la nostalgia de extrañar tanto a un lugar. Un lugar que seis meses atrás no significaba nada y ahora significa todo para mí.

Bien dicen que la persona que se monta en el avión de ida nunca es la misma que se monta en el de regreso. Es cierto. Durante todo este tiempo pude darme cuenta de qué tan fuerte soy y de lo inmensamente feliz que puedo llegar a ser. Ya no puedo conformarme con menos.
La persona que se va de movilidad regresa siendo una mejor versión de sí mismo. Si no estás dispuesto a vivir la mejor experiencia de tu vida, es mejor que nunca te vayas de movilidad.

Gracias por todo el apoyo durante este proceso al Departamento de Comunicación, al Decanato del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades, al Departamento de Movilidad y por su puesto a la Universidad Autónoma de Aguascalientes por hacerlo posible. También gracias a la Universidad de Sevilla por acogerme y haberme hecho sentir como si estuviera en casa.

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